miércoles, 3 de julio de 2013

LA HERIDA Y LA AMARGURA

LA HERIDA Y LA AMARGURA
(Colosenses 3: 12-15) “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” 
Introducción 
Básicamente, la caída del hombre a causa de la rebelión de este contra Dios, hizo aparecer un nuevo concepto que no estaba, ni estimado por Dios para Su creación, ni en la misma creación de Dios sobre la tierra: La herida. 
Así como con un objeto punzante se puede originar una herida en la piel, la herida de carácter emocional es consecuencia directa de una acción punzante y dolorosa que penetra en mayor o menor grado en la “piel del alma”. 
No existían esos “objetos punzantes” al comienzo de la Creación. Leemos en Génesis 1: 31; 
“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera...”. 
A causa de la caída del hombre, como consecuencia directa e indirecta del pecado, el daño y el dolor, la herida, entraron en la Creación, y luego, la amargura. Todo ello entró y se formó en este mundo que fue hecho perfecto en un principio. 
Ya Caín, el primogénito de Adán y Eva, Caín, experimentó esa amargura: 
Leemos en Génesis 4: 1-10; 
“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante. Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él. Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. 
La amargura y el rencor que experimentó Caín, le llevó a cometer el primer asesinato de la historia. 
La herida 

¿Quién no ha sido alguna vez herido emocionalmente? 
La herida es un problema universal desde la caída del hombre. 
De hecho, es imposible encontrar a alguien en esta sociedad que no haya sido herido en su alma alguna vez. 
1. La herida es inevitable: 
Como cristianos, la herida siempre será inevitable (que la provoquemos o que la recibamos), porque herimos muchas veces sin querer, y somos heridos muchas veces sin poderlo evitar. 
Leemos en Santiago: 
“Porque todos ofendemos muchas veces...” (Santiago 3: 2). 
Ahora bien, el problema no es la herida en sí, si permitimos y buscamos que ésta sane. 
2. Tipos de heridos: 
Hemos dicho que la herida en general es inevitable, pero en el “herido” u ofendido está la clave. 
a) Cuando el herido es fiel: 
Cuando el herido es fiel, todo le ayuda a bien: 
(Romanos 8: 28) “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” 
Leemos en Proverbios 27: 6; “Fieles son las heridas del que ama...” 
Cuando el herido es fiel, todo lo dirige por medio del amor. Cuando hablamos de que el amor sufrido y es sacrificial, justamente estamos hablando de esto. El verdadero amor no está basado ni sujeto a condicionantes sino que es íntegro y suficiente en sí mismo. 
El verdadero amor es incondicional; es decir, no depende de los hechos o reacciones de terceros para ser lo que es. 
El ejemplo del mismo Dios 
¡Qué mayor ejemplo que el del Padre Celestial! Por amor al hombre, Dios Padre sufrió lo indecible viendo morir a Su Hijo Unigénito en la Cruz. 
Y antes que todo eso viniera a ser, Dios se estremeció de dolor al ver la situación de extrema pecaminosidad del hombre (como la de hoy en día). La Biblia nos lo relata en el libro de Génesis 6: 6; 
“Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón”. La herida y la amargura (I) Página 
La frase “le dolió en el corazón”, literalmente significa que tuvo “dificultad en respirar”. Dios tiene emociones, y éstas son afectadas tantas veces cuantas veces el hombre peca. 
El pecado del hombre hiere el corazón de Dios; por eso debemos aborrecer el pecado, tal y como Él lo aborrece. 
Desde que Lucifer se rebeló en los cielos, Dios es la persona más herida del Universo, porque es quien más ama, ya que Dios es amor. 
Acerca del amor 
Leemos acerca del amor en 1 Corintios 13: 4-7; 
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” 
El amor implica sufrimiento; pero lo soporta única y exclusivamente por la gracia de Dios. 
Indiscutiblemente, el que mucho ama, mucho será herido. 
Padeciendo por Cristo y las heridas consecuentes 
Nuestro servicio al Señor lleva implícita la promesa del sufrimiento, por lo tanto, de la herida por amor. Leemos en II Timoteo 3: 12; 
“Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” 
Tristemente, y la historia es fiel testigo, esa persecución ha sido llevada a cabo muchas veces por el supuesto mismo pueblo de Dios contra los que quieren andar en rectitud ante el Señor. 
A pesar de todo, la Biblia considera un verdadero privilegio padecer por Cristo: 
“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros…si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 Pedro: 4: 12-14; 16) 
En medio de una actual y constante predicación de un falso evangelio, en el cual prácticamente sólo se enfatiza sobre el bienestar del creyente, animándole hacia la auto complacencia, haciendo de él el centro de sí mismo, el verdadero Evangelio tiene mucho que decir. 
Ser herido por causa de Cristo es un privilegio concedido a aquéllos que son tenidos por dignos, y así lo expresaron aquellos verdaderos apóstoles de Cristo, experimentándolo por ellos mismos: 
“…llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5: 40, 41) 
Y también leemos así en una de las epístolas paulinas: “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él, teniendo el mismo conflicto que habéis visto en mí, y ahora oís que hay en mí” (Filipenses 1: 29, 30) 
Además, es el privilegio de todos aquellos que no sólo son salvos, sino que coheredarán con Cristo: 
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8: 17) 
Indiscutiblemente, todo ello conlleva HERIDAS. Esas son las heridas de los fieles, de aquellos que aman. Las soportan por amor al Nombre, y a causa del Nombre. 
A veces serán heridas, a causa del Evangelio. Muchas veces, serán heridas de tipo personal, que no tendrán que ver directamente con el Evangelio. Pero la respuesta deberá ser la misma por parte del ofendido, si es cristiano: Perdonar al ofensor. Bendecir y no maldecir. 
Dios nos llama a responder con amor, perdón y bendición frente a todo tipo de herida, sea personal, sea por causa directa del evangelio, aunque al principio ¡duela! 
b) Cuando el herido es infiel: 
Las heridas no son en sí el problema, sino el que las recibe. Ahí radica la cuestión. 
Las heridas producen un efecto u otro según sea el receptor. Generalmente, producen un efecto negativo cuando el ofendido es guiado por el orgullo, y como no, el egoísmo. 
El orgullo y el egoísmo se dan la mano muchas veces en el ofendido infiel. 
La rebeldía 
El orgullo y el egoísmo manifestados; puestos en evidencia a causa de la herida recibida, son el acicate que lleva a una salida que no es santa, ni mucho menos, sino todo lo contrario, y se llama rebeldía. 
Orgullo + egoísmo + herida= rebeldía. 
El ejemplo que vimos en Caín viene aquí a colación (Gen. 4: 1-10). La rebeldía de Caín se puso de manifiesto a causa de la herida que creyó sufrir de parte de su hermano Abel, porque Caín era extremadamente orgulloso y egocéntrico. 
La rebeldía, (encubierta a menudo de falsa espiritualidad, otras no) es a veces causa, y a veces consecuencia directa de heridas que se podrán convertir en amargura vez producirán mayor rebeldía, y por lo tanto, mayor herida, con sus consecuencias, si no se detiene el proceso, por el arrepentimiento del sujeto. 
La obstinación 
Junto con la rebeldía, va la obstinación de la mano con ésta. 
La obstinación tiene un lugar muy preponderante en la consecución de las heridas: Es el esfuerzo carnal para vindicar o defender una postura determinada, esgrimiendo una supuesta justicia. 
El obstinado jamás puede llegar al pleno conocimiento de la verdad, ya que en algún momento del camino, se opondrá a ella por confundirla con la mentira. 
Leemos en Proverbios 18: 19; 
“El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar”. 
Todo ello produce heridas, muy distintas a las que se reciben a causa del amor. En todo caso, son heridas estas, que dan la oportunidad de crecer en amor. Así pues, más que la herida en sí, dependerá mucho de cómo sea el ofendido, para que esa herida ejerza un efecto u otro. 
LA HERIDA Y LA AMARGURA 
Hebreos 12: 12-17 “Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” 
Introducción 
En este capítulo, estaremos estudiando las implicaciones que en el individuo tienen las heridas mal curadas, “infectándose” y produciendo lo que denominamos amargura. Veremos, no de forma exhaustiva, lo que la amargura puede producir en el individuo, y a través de él. 
El diccionario define la amargura en general como: Aflicción y disgusto. Este tipo de amargura que vamos a contemplar, es aflicción del alma, la cual consta en diferentes proporciones de los siguientes ingredientes espirituales negativos: 
Indiferencia, falta de perdón, resentimiento, celos, envidias, contienda, rivalidad, justicia propia, sabiduría propia, acusación, autocompasión, orgullo, odio, ira, desconfianza, sospecha, incredulidad, religiosidad. En última instancia, puede incluso degenerar en venganza y asesinato. 
Todo ello genera en el individuo continua falta de paz, depresión, endurecimiento del corazón, y un largo etcétera, pudiendo llegar al extremo de la locura e incluso del suicidio. 
Vamos a ir viendo cómo se desarrolla el proceso desde la herida en sí. 
1. Cuando la herida se transforma en amargura: 
La herida en sí no es el problema. Ya que hemos dicho que, por una razón o por otra, somos todos heridos alguna vez en la vida (los cristianos siempre muchas), estas heridas SIEMPRE son tratables. 
Pero... ¿qué ocurre cuando no se tratan adecuadamente? 
Cuando la herida no se sana, siempre se transforma en amargura. 
La amargura es la herida infectada. 
La amargura, sí es un problema, y un pecado. 
A. Reconociendo la herida infectada: 

Así como una herida física infectada huele mal, no es complicado el reconocimiento de la herida infectada del alma, especialmente si esta se ha transformado en amargura. La herida y la amargura (II) Página 2 
Analicemos algunas de las características de una persona herida y con amargura: 
a) No muestra interés o preocupación por los demás. Una persona amargada tiene poco interés en cualquier otra persona. Está demasiado centrada en sí misma. Las personas con tendencia a la amargura, son egocéntricas. 

b) Es demasiado sensible o susceptible. Si una persona amargada entra en una habitación donde dos personas están conversando, y comienzan a hablar más suavemente, la persona amargada tiende a pensar: “Están hablando de mí”. Se desarrolla una actitud egocéntrica, que quizás ya existía antes. 

c) Comienza a ser muy posesiva con sus pocos amigos, y casi nunca tiene amigos muy íntimos. Tiene un temor antinatural a perder a sus amigos (por perder su “seguridad”). 

d) Tiende a evitar conocer e intimar con nuevas personas. No quiere ser herida de nuevo, pero cuando se arriesga a intimar con otras personas, si estas en su entendimiento le fallan, entonces corta en seco con esas relaciones. 

e) Muestra poca o ninguna gratitud verdadera. Resultado de estar centrada en sí misma. 

f) Generalmente usa palabras vacías de adulación o (y) crueles críticas. Los extremos son aquí evidentes. A estas personas les es muy difícil tener un equilibrio; los demás pueden ser maravillosos, y luego ser abominables. 

g) Guarda resentimiento con la gente, frecuentemente por mucho tiempo. Tiene mucha dificultad en perdonar. Siempre los demás son los culpables, ella es la víctima. 

h) Tiene una grave tendencia a la desconfianza. 

i) Frecuentemente tiene una actitud rebelde o malhumorada. 

j) Generalmente no está dispuesta a compartir o ayudar a nadie. Otra vez, consecuencia de su egocentrismo. 

k) Experimenta extremos de humor: Muy alegre y feliz un minuto, y el siguiente minuto está deprimida y desanimada. Este desequilibrio es consecuencia de su inestabilidad de carácter, debido a la amargura o a un fuerte resentimiento, el cual no siempre sabe reconocer, y permanece en oculto. 

La persona amargada tiende a justificar su estado y verse como la víctima. 

Tiende a justificarse siempre diciendo que el otro tiene la culpa. 

En algunos casos, cree verlo todo claro, muy por encima de los demás. 

Cree que los demás no entienden como ella entiende las cosas. 

Los equivocados siempre son los demás, nunca ella. 
La herida y la amargura 

Ella es el sujeto paciente de todo lo que ocurre a su alrededor. Es la víctima. La pobrecita. 

2. La amargura y su manifestación en el individuo y en su entorno: 
Vamos a entender mucho sobre la amargura estudiando en la Biblia, y en concreto en el libro de Santiago, así como en el de Proverbios. 
Empezamos leyendo, y analizando en Santiago 3: 13-18; 
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” 
(V. 13, 14) “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad...”: 
Nos advierte la Palabra de que si alguien tiene celos amargos y contención en su corazón, (y esto son síntomas inequívocos de amargura), que no sea soberbio y niegue la verdad de su estado, sino que lo reconozca. 
Lo peor que se puede hacer cuando se está amargado o resentido, es negarlo. 
A. La no aceptación de que se está en amargura: 
El creyente no acepta que está amargado por varias razones. He aquí algunas: 
Porque él, siendo cristiano, no cree de ninguna manera que pueda llegar a estar amargado. 
Porque cree ser la víctima, y por lo tanto son los otros los que han fallado. 
Porque cree ser justo, y por tanto, los otros son los injustos. 
Porque no puede admitir que siendo justo se pueda estar en amargura. 
Porque sólo él entiende su situación, y nadie más. 
Porque la amargura comporta ceguera espiritual. 
Porque el amargado cree saber más que los demás; quizás, a causa del dolor que experimenta. 
Porque siempre intenta esconder su dolor, y olvidarse de él (aunque eso sea imposible) 

B. La amargura: La escuela de los “sabios en su propia opinión”: 
Santiago 3: 15 “porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica”: 
La inmensa mayoría de la gente que está bajo la esclavitud de la amargura, es muy sabia en su propia opinión. Cree entenderlo todo, y cree saber justificarse muy bien, ante sí misma y ante quien sea
El proceso es el siguiente: A causa de que las heridas del pasado no fueron sanadas, la amargura, que es la infección de esas heridas, apareció en escena. 
Lo último que reconoce un verdadero amargado, es que lo está. Por eso, engañándose a sí mismo, concibe todo un proceso de falsa sabiduría, con el que pretende auto justificarse (como que aquí ¡no pasa nada!) 
No obstante, la Palabra dice que tal “sabiduría no es la que desciende de Dios, sino que es demoníaca”. 
La persona amargada se considera justa, y hasta sabia. Siempre tiene respuesta adecuada para todo (así lo cree). 
Como sea, tiene que estar por encima de la amargura, ya que esta le humilla. Su orgullo es mayor que todo. Su egocentrismo es la base para todo ello, ya que le ayuda de ese modo a enfocarse en sí misma. 
Sabio en propia opinión 
El libro de Proverbios (26: 12) habla claramente acerca de los “sabios en su propia opinión”: 
“¿Has visto hombre sabio en su propia opinión?, más esperanza hay del necio que de él”. 
El que es simplemente necio, sobresale frente al “sabio en su propia opinión”. Del primero se sabe lo que es; es necio. El segundo se engaña a sí mismo creyendo ser sabio, cuando en realidad, no sólo es ignorante, sino que es doblemente necio. 

La persona amargada es “sabia en su propia opinión”; por lo tanto, se engaña a sí misma. 

C) Lo que deriva de la AMARGURA: 
Leemos en Santiago 3: 16 “Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”: 
Partimos de que el que está AMARGADO (Stgo. 3: 14), tiene celos y contención. 
a) Celos: Estos celos no son para la gloria de Dios, sino todo lo contrario. El diccionario define aquí lo siguiente acerca de esos celos: 

“Recelo que uno siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda, llegue a ser alcanzado por otro”. 
También sigue definiéndolo así: 
“Sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra”. 
Evidentemente, esto no sólo se aplica a las personas, sino a cualquier cosa que se pretenda alcanzar, o no perder. LOS CELOS O ENVIDIAS, SON EXPRESIÓN CLARÍSIMA DEL EGOÍSMO DEL INDIVIDUO. 



La AMARGURA contiene en sí misma celos. 

b) Contención: (Erizeia en gr.) El diccionario define ese término como: Contienda, disputa, emulación, por razones egoístas. Como consecuencia de los celos, están las contenciones. 

Es cuando el individuo, a sabiendas o no, quiere llegar e incluso superar el puesto o lugar del otro; o defender por encima de lo razonable su “puesto” o su lugar, o su razón, o lo que quiera defender. El egoísmo es clave en todo esto. 
La AMARGURA contiene en sí misma contención. 

La Biblia dice que donde están estos dos ingredientes, hay perturbación, que significa: Alteración del orden de Dios. 
Por lo tanto, el peligro de los amargados, es que pueden infestar a otros con su amargura (sobre todo si son propensos a ello). 
La Biblia nos habla de ello: 
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (Hebreos 12: 14, 15) 
La traducción literal del griego es esta: “Vigilando de continuo para que nadie esté falto de la gracia de Dios, no sea que alguna raíz de amargura hacia arriba brotando cause disturbios, y mediante ella sean contaminados los demás” 
Esta gracia de Dios aludida como vemos mejor en la traducción literal, se refiere, no a la gracia salvífica como tal, sino a la gracia requerida para poder vivir una vida cristiana agradable a Dios. Sin esta última, o con poco de ella, el creyente vive en una carnalidad que desagrada a Dios, y que puede generar en amargura, por la cual otros pueden ser también contaminados. 
La palabra que se traduce por “amargura” es “pikria” y significa: “amargura, amargor; ira, cólera; dureza”. Como vemos estos calificativos son contrarios al carácter de Cristo. Esta actuación consistiría en un apagar el Espíritu y contristarlo. 
Démonos cuenta de que tal gracia de Dios puede dejar de llegar a aquél que persevera en su amargura. 
Por ello, guardémonos sabiamente frente a las personas que estén en amargura, para que no seamos contaminados. 

D) Deshaciéndonos de la AMARGURA: 
No podemos negar la amargura cuando esta es real. Eso es un engaño. Hay que confrontarla, y el primer paso, es reconocer que está ahí, en nosotros (si es el caso). Confrontémosla con la Palabra. Si de veras no vivimos como dice Santiago 3: 17, 18, entonces, entendamos que ese es el listón al que hay que llegar. 
Veámoslo: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. 
La forma de vivir de Dios para nosotros, deberá ser esa, y no otra.
LA HERIDA Y LA AMARGURA 
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6: 12, 13) 
Introducción 
En este último capítulo, veremos también como salir definitivamente de esa trampa diabólica que es la amargura, y llegar a tener de nuevo gozo y paz en el alma. 
Veremos que unos pasos prácticos que estudiaremos nos podrán facilitar el perdonar y llegar a disfrutar de la paz y del gozo de la salvación que el Espíritu Santo quiere darnos. 
Veremos que podemos tener victoria en medio de las peores situaciones, sabiendo que Dios no permitirá mayor prueba que la que podamos soportar. 
Leemos al respecto en I Corintios 10: 13; 
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. 
1. Ni el tiempo ni el olvido: 
Ni el tiempo ni el olvido detienen la amargura. Esta siempre tiende a crecer si no se hace algo al respecto. 
Puede empezar como una pequeña semilla, pero crece y se multiplica. Además, no permite alcanzar la gracia de Dios. Lo leemos en Hebreos 12: 15; 
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” 
No sólo afecta la amargura al individuo, sino a los que le rodean. 
2. Señales externas de la herida infectada, y su confirmación bíblica: 
Estas son algunas señales de una persona con amargura y su confirmación en la Biblia: 
1) Se encierra en sí misma. Falta de comunicación: 

“El ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?” (Proverbios 18: 14). 
2) Tiene una actitud de ingratitud: 

“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos...” (II Timoteo 3: 1, 2) 
Es imposible tener gratitud cuando uno está continuamente enfocándose en sí mismo. 

3) Tiene una actitud de rebeldía y terquedad: 

“Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (I Samuel 15: 23). 
La Biblia compara a la rebeldía con la adivinación (o brujería), y a la obstinación con la idolatría. Escribe Matthew Henry al respecto: 
“Ninguna cosa provoca a Dios tanto como la desobediencia, al poner nuestra voluntad en oposición a la suya. Por eso se la llama aquí rebelión y obstinación, y es tenida, respectivamente, por tan mala como la brujería y la idolatría. Vivir en desobediencia al verdadero Dios es equivalente a servir a otros dioses”. 
El rebelde cree saber donde va (adivinación). El obstinado sólo hace lo que quiere hacer, esto es, implica un comportamiento idólatra, ya que está centrado en sí mismo. 

4) Intuitivamente busca a otros rebeldes para sentirse bien: 

Esa es una realidad histórica. Vemos la historia de la rebelión de Coré: 
“Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón...” (Números 16: 1-3) 
El rebelde llama al rebelde. En el mundo cristiano, el rebelde siempre disfraza su rebeldía de falsa espiritualidad. 
El rebelde “espiritual”, se opone frontal mente a la sujeción a la autoridad de Dios, y al sometimiento de los unos hacia los otros, contrariamente a lo expresado en Efesios 5: 21, donde dice: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Con que cree que puede marchar seguro conforme a su propia dirección, ya cree no necesitar de la autoridad delegada por Dios. 
5) Defiende o justifica sus malas acciones: 

Cuando Dios por boca de Samuel manda a Saúl que destruya del todo a los amalecitas, Saúl no lo hace y, lejos de arrepentirse, se justifica ante Samuel con sus palabras: 
(I Samuel 15: 18-20) 
“Jehová te envió en misión y dijo: Ve, destruye a los pecadores de Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. ¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que vuelto al botín has hecho lo malo ante los ojos de Jehová? Y Saúl respondió a Samuel: Antes bien he obedecido la voz de Jehová, y fui a la misión que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de Amalec, y he destruido a los amalecitas” 
Saúl era un experto en barrer la justicia hacia sí mismo; pero Dios no puede ser burlado. 

6) Juzga y condena a los demás: 

Ineludiblemente, la persona amargada juzga, y lo hace mal. Se cree en el derecho de juzgar por el daño que ha recibido (o ha creído recibir). 
Muchas veces juzga basándose, no en pruebas concretas y hechos, sino sólo en suposiciones, en lo que “discierne” o “siente” del Señor, pero sin poder probar fehaciente mente lo que asegura. 
No obstante, la palabra de Dios es muy clara: 
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7: 1-5) 
Sólo podemos juzgar los hechos (Mt. 7: 20), nunca las motivaciones del corazón de terceros. El corazón sólo lo puede ver Dios. 
Leemos en Romanos 2: 1, 2; 
“Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad” 
Normalmente, la persona que mal juzga a otra, lo hace por las mismas cosas que ella misma comete. Se ve reflejada en esa persona, como si se estuviera mirando en un espejo. 
Sin embargo, la Biblia nos exhorta a “juzgar con justo juicio”. El Señor así lo dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7: 24) 
3. El archivo de tu mente: 
Escribe Winkie Pratney de “Teen Challenge”: 
“Cuando hay amargura, te concentras en lo que esa “persona horrible” te ha hecho; creas un archivo, y lo titulas: “Cosas malas que esta persona me ha hecho”. Este archivo es bastante grande, y cada vez que esa persona hace algo que te molesta o que no te agrada, lo archivas con el resto de las heridas”. 
Este es un archivo que cada vez se va haciendo más grande, y muchas veces hay personas que tienen muchos archivos. 
Buscando un equivocado equilibrio 
Sigue diciendo Winkie Pratney: 
“Una de las mayores causas de la amargura es el hecho de que tratamos de balancear la culpabilidad y la falta. Llegamos a pensar de esta forma: “Yo estoy equivocado, pero ellos lo están más. Yo tengo una buena razón para estar amargado... ¡no sabes lo que ellos me hicieron!”. Así es como tratamos de calmar nuestra conciencia”. 
Esa es una manera muy “religiosa” de proceder. Es algo así como cuando uno dice que comete pecados, pero que por otro lado, hace buenas obras, y así espera “nivelar la balanza”. 
Esa balanza es inexistente, sólo está en la imaginación del religioso, ya que la única justicia, es la que viene de los méritos de Cristo, y nunca los nuestros propios. 
4. Saliendo de la trampa de la amargura: 
La única manera de salir de la trampa de la amargura es mediante la intervención de Dios, mediante Su gracia. No obstante, muchos no reciben esa gracia, porque NO hacen lo que proclaman cuando oran la oración que Jesús nos enseñó que dice: 
“...Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6: 12) 
La razón por la que una herida se convierte en amargura, es por no recibir la ayuda que Dios nos da al momento de ser heridos, por ello: ¡EL PERDONAR AL OFENSOR ES LA CLAVE! 
Hablemos sobre el perdón 
 El perdonar a alguien, no es pretender que no estamos heridos: Tienes que ser honesto contigo mismo y admitir que estás herido, cuando lo estás. 

 Perdonar tampoco es pretender llegar a admitir que lo que te han hecho es correcto. 

 Perdonar es: A pesar de lo que te han hecho (o que pueden haberte hecho), NO TENERLO EN CUENTA, entregándoselo al Señor. 

• Perdonar es: Bendecir de verdad a la persona ofensora (Mateo 5: 44): “...yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” 

Cuando se cree que se ha perdonado...pero no 
Se puede llegar a creer que uno ha perdonado, cuando en realidad no lo ha hecho. ¿Cómo saber si se ha perdonado de corazón, o no?: 
 Cuando hay paz en el corazón al respecto. 
 Cuando se desea de verdad el bien del ofensor. 
 Cuando al ver al ofensor o al imaginar que se le ve cuando no está físicamente presente, ya no existe ese resentimiento que había antes. 
 Cuando se puede orar con libertad, y hasta con sentimientos positivos por el ofensor. 
 Cuando el amor de Dios, por Su gracia, llena tu corazón. 

¿Perdonar una y otra vez? 
A veces, según proceda, habrá que perdonar de nuevo, y a veces, una y otra vez. Este puede ser el caso cuando la persona ofensora hace otra de las suyas (o a ti te lo parece), o cuando te enteras que hubo más de lo que ya sabías, o simplemente, porque ese perdonar nuestro, debe madurar. 
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 21, 22) 
A. Pasos prácticos: 

Para destruir toda amargura y resentimiento en ti, te ayudará el poner en práctica estos cinco pasos: 
1) Haz una lista de la gente que te ha herido. Esto es muy fácil de hacer. A un lado del nombre escribe todo lo que piensas que te han hecho. Pueden ser cosas como: “Juan me ha mentido”; “Carmen me tiene manía, o me ha hecho una mala pasada”, etc. 

2) Haz otra lista de las cosas que tú has hecho para herirlos a ellos. Eso puede ser más difícil porque no recordamos esas cosas tan fácilmente, o no las queremos recordar. Se honesto; haz un esfuerzo de sinceridad, y no busques ni admitas excusas. 
La razón de hacer esto es porque es hora de que veas tus errores. Te ayudará a perdonar cuando tú entiendas cuál ha sido tu nivel de responsabilidad en el conflicto. Es fácil juzgar a los demás, dejando de lado el hecho de que nosotros probablemente no somos mejores que nadie. 
Generalmente, tendemos a magnificar las ofensas de los demás, y a reducir las nuestras. Siempre pensamos en lo malo que los otros nos han hecho, y en lo mucho que nos han molestado. Tenemos tendencias egoístas. 
Busca a Dios, y te darás cuenta que muchas de las formas en las cuales te han herido, son las mismas con las que tú has herido a los demás alguna vez. 
3) Analiza bien la forma en la que has herido a Dios. Una vez que termines con tus listas, todavía tienes que hacer lo más importante. Arrodíllate, y pídele a Dios que te muestre lo que le has hecho a Él. No pongas excusas...la sangre de Cristo limpia el pecado, no las excusas. 
UNA DE LAS COSAS MÁS IMPORTANTES PARA PODER PERDONAR Y DESHACERSE DE LA AMARGURA ES COMPRENDER QUE DIOS SABE LO QUE ES ESTAR PROFUNDAMENTE HERIDO, SIN EMBARGO, ÉL NUNCA HA RESPONDIDO CON AMARGURA O RESENTIMIENTO. 
4) Ora, y pídele perdón a Dios y a los hombres. Toma las cosas que le has hecho a Dios y a las demás personas, y deja que Dios te quebrante. Pídele perdón a Dios y a los que ofendiste por estas cosas. 
NO TE CENTRES EN LO QUE TE HAN HECHO A TI, SINO EN LO QUE TÚ HAS HECHO A DIOS Y A LOS DEMÁS. 
5) Destruye tus archivos. ¿Te acuerdas de aquella primera lista que hiciste de las cosas que otras personas te hicieron por las cuales resultaste herido? Abre los compartimentos de tu mente, saca todos esos archivos, y deshazte de ellos. Entrégaselo todo al Señor. 
PERDONAR ES EN DEFINITIVA ABRIR LOS ARCHIVOS DE LAS CUENTAS PENDIENTES CONTRA LOS DEMÁS, Y ENTREGARSELO AL SEÑOR. 
Cuando Dios perdona hace eso mismo: Destruye los archivos. Leemos en Miqueas 7: 19; 
“El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” 
Eso es justamente lo que Dios hace con nuestros pecados cuando nos arrepentimos y le pedimos perdón. Nosotros debemos hacer lo propio con las ofensas de nuestros ofensores. 
Esa es la manera de no caer en la amargura, y si ya caímos, de salir de ella para siempre. 

Resumen: 
Ni el tiempo, ni el olvido ayudan, sino más bien lo contrario, a que desaparezca la amargura. 
Existen una serie de señales y características que denotan amargura en la vida de la persona. 
El amargado tiene dentro de su mente y de su corazón un archivo (a veces múltiple), donde almacena las “Cosas malas que las personas me han hecho”. 
El verdadero perdonar es la clave para la destrucción de la amargura. 
Hay que entender bien que es y que no es el perdón. 
Hay veces cuando se piensa que se ha perdonado (porque todo cristiano sabe que debe perdonar...) pero en realidad no ha sido así. 
Hay veces cuando hay que perdonar una y otra vez. 
Tomemos pasos prácticos que nos pueden ayudar mucho a la hora de arreglar cuentas//.